Un testigo en el olvido
Hoy conocí la emoción. Por primera vez como ser humano viví el vértigo de la rotación del planeta. Esa brisa sutil provocada por el movimiento incesante de la pieza celeste; las hojas temblando como si iniciara un sismo que lo acabará todo; las nubes mezclándose y siguiendo la luz del sol al atardecer, dejando que las haga pomposas, que las ahogue y las escurra. Lo supe todo porque dejé de respirar un instante: vivir nos hace olvidar, crecer en el tiempo nos hace inmunes a la gran vida.
Mi nombre no importa; vale más el olor de mis manos y las heridas en mi mirada. Soy grueso y me muevo con dificultad. Estoy viejo, mis músculos se han cansado de vivir, no obstante, aún me acaricia los pómulos el rosicler. Soy un desdeñable conquistador y por eso mi historia se fue amoblando con estantes de rechazo y figuritas de la soledad. Así, entre las colinas, van corriendo los aires provenientes de los páramos y se precipitan en los filos de las montañas; justo ahí, caen en picada sobre las copas de los árboles imponentes, y también de los rozagantes, y se golpean contra mis pulmones, sintiendo la respiración aletargada, exaltada, extendida y nunca entrecortada, tal como es en la soledad: serena.
He recorrido calles, bares, oficinas, casas y mi propia habitación intentando hallar la orilla diáfana de los meandros devastadores que son mi vida y me consolido como un fracasado más. El horror me abrazó desde la infancia y he visto sus más épicas estocadas. He sucumbido ante su presencia pero he sobrevivido. Esa es mi mayor destreza: salir ileso en apariencia y con la consciencia deshecha.
Sin duda, mis vellos se erizan cuando me seco las piernas después de un baño, y tal sensación se repite al día siguiente como si fuese la primera vez, o si fuese diferente a la anterior. Es el ciclo del olvido. La memoria es un vitral coloreado y deforme que se quiebra, cuyas esquirlas entierro con rápidos y nerviosos parpadeos. Luego, los días se recortan entre el ir y venir de mis pestañas y el desaire del tiempo que se fue y no existe por no haberse marcado. Es así como el hacer de nuestras manos devela que ya no recordamos que se nos enseñó a germinar, florecer y revivir, sobrevivir, entre el amoníaco, el sulfuro, entre la desesperanza y la nostalgia.
Mi piel carga con los pliegues de la edad y mi voz es ronca en extremo. Fumé antaño para sopesar las penas, ya que ser impotente nunca dejó de ser mi verdadero hado. Cada empresa por solventar lo terrible, la profunda fatalidad, fue la nimiedad cuyo adjetivo doblegó los resultados, los esmeros, y solo he sido testigo del halo de frialdad que deja la tristeza. El olvido es un trago que persiste con disimulo y arrasa, lanzándolos a un abismo pedregoso y oscuro, con los anhelos, los sueños y la pericia.
Observé las plantas desarrollarse en las noches. Detallé la evolución de sus yemas y nudos, de sus entrenudos, de su viaje danzado y acompasado por los velos del sol y los soplos de las estrellas. Imaginé el rozar de la epidermis marrón de los gusanos contra la tierra; simpatizaron mis ojos con el brillo turquesa de los gusanos de las coliflores; deslicé sobre mi piel la baba del caracol y las telarañas que tejían las damas de los rincones de las paredes. Sentí náuseas incontrolables al percibir desde la Tierra el desplazamiento fugaz de las constelaciones y comprendí por vez primera que existe vida alrededor, que en mí hay vida.
Cuento lo que sé. Exalto los sucesos dramáticos y omito a los que aún les temo. El miedo es una desgarradora censura y el regocijo mi más firme estandarte. Camino generando un aire de asombro entre quienes saben de dónde vengo y lo que soy en vida. No paso desapercibido y en mis ojos se alojan las huellas de la catástrofe. Así, soy una incógnita en el mundo acorralada por la curiosidad, pues he presenciado la crueldad y el desamparo, lo he narrado, pero no hay en mis palabras resquicio de la esencia que me hace humano y ser viviente.
Suspiro resequedad y alteridad. Soy la voz de la historia pero no hay historia donde me encuentre reseñado o nombrado; así es como dejo de existir. Respiro y no vivo. La niebla de las noches con luna abierta contemplan estas tierras que se han copado hasta el hastío con dolor y soledad. Soy un personaje del olvido que no ha de ser nombrado, es por eso que mi identidad se desvanece entre ríos de oraciones sobre lo que he visto. He de ser testigo y así es que la vida es, resignación, silencio y el desaire de seguir en pie.
Por Julián Pérez Lizcano
Edición n.º 18, 15 de septiembre de 2015
Ilustración de Víctor Hugo
Fotografía digital y dibujo
35 x 25 cm
2015
Víctor Hugo, nacido en Popayán, estudiante de no-veno semestre del programa de artes plásticas de la Universidad del Cauca, ha participado en distintas muestras artísticas individuales y colectivas.
Julián Pérez Lizcano. Estudiante de último semestre de Comunicación Social en la Universidad del Cauca. Es corrector de estilo en el Sello Editorial UC, ha publicado algunos artículos en distintos medios y es apasionado por la fotografía de paisajes, los viajes y las bibliotecas.
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