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Retratando por Chéjov

 

No siempre las cosas son para reírse a carcajadas, ja ja. La vida puede ser cruel, barata, aburrida, banal, pero, a fin de cuentas, pareciera que no hay más. Siempre vemos a la gente preocuparse por motivos innecesarios y, como muchas personas, por no decir que todos, pensamos que nuestros motivos tienen mucho más peso y relevancia para llegar a ciertos estados. Sin embargo, la vaina no es como tan así, ¿o sí?
 
El caso es que mientras alguien se preocupa porque la relación con su pareja no es como antes, otros se preocupan porque se bebieron lo del arriendo y otros porque todavía no consiguen trabajo. Las cosas van así, a sus niveles, y a todos nos parece una fatalidad semejantes preocupaciones tan pendejas. Chejov se ríe, se ríe, se ríe y escribe como un desquiciado una cantidad de cuenticos, de relatos cortos que, como escuché alguna vez, son perfectos para descansar la cabeza al terminar un libro bien denso.
 
Todo esto es cierto, tanto lo de Chejov como lo demás. Pero ahora lo que me preocupa es que si bien Chejov escribe ficción, sus historias van en pro de retratar la misma sociedad rusa, llena de tradiciones, mañas y resabios como viejitos chochos y cansones con los que ya no se puede conversar. Sí, la terquedad, la conveniencia y la muy nombrada mojigatería se hacen presentes en la idiosincrasia de los personajes de Chejov, que son rusos.
 
Y entonces, ¿cómo es que nos empezamos a retratar nosotros en la literatura? Porque nosotros no tenemos soldados que caminan en la nieve y van a comprar mentas solo por coquetearle a la dueña, sino que la violan. Nosotros no tenemos niños a quienes callan para que repitan la frase que leyeron mal sino que le dan un golpe en el brazo, le gritan y luego le dicen que es bien tonto. A mí me lo dijeron. Tampoco pasa que alguien tenga la caridad de guardar a alguien en un estuche porque se quedó desnudo mientras se bañaba en un río. De hecho, hasta el hecho de bañarse en río ha venido desapareciendo. En fin, la lista sería larga.
 
En mi caso, si yo fuera un Chejov colombiano, disculpen mi osadía e insolencia, escribiría sobre gente que se enfiesta muchos días y luego se queda sin lo de la comida; hablaría de los abortos que cometió la novia de mi amigo; contaría detalladamente los gestos que hace la vecina cuando justifica los puñetazos de su marido el borracho; retrataría la burocracia en el sistema de salud y en prácticamente todas las instituciones privadas y públicas; contaría sin dedos la torpeza policial y los irrespetos de semejantes amigos. Ay, bueno, de eso ya como que hay mucho.
 
Ahora nos hace falta darle la risa. Mirar la desgracia de nuestra sociedad con risa, con sátira, burlarnos y hacernos sentir mal al vernos reflejados en los que piden rebaja haciéndole daño a las empresas nacionales. Pero nada, la malicia indígena que tenemos los colombianos es más característica. Riámonos del homosexual por sus ademanes y defendamos sus derechos. Dejemos de creer en el dios cristiano y solo pongámonos felices cuando nuestros amigos tienen hijos (porque no los pudimos hacer abortar). Seamos colombianos y sigamos riendo en la tragedia, es decir, simulemos el bienestar que así nos vemos más bonitos.

Por Julián Pérez Lizcano

Septiembre 29, 2013

Fotografía por Juan Camilo Acosta.

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