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Manual para quitar bragas

 

–No vamos a alcanzar.

–Pues, después de todo, ya empezamos. Aprovechemos, ¿no?

 

Con una mirada insinuante Lucía se inclinó hacia la salida sonora y oral de Alfonso, dándole solo un besito. Después volvió a su posición inicial y dejó brillar una sonrisa en sepia debido al excesivo café cargado que suele tomar a diario, pues no fuma. Cualquiera pensaría que lo hace. Y como era de esperar, este cualquiera le sugirió quitarse las bragas mientras él la besaba, pues él no conoce el finísimo arte de desprender a una damisela de sus ropajes posmodernos.

 

El negocio de cuerpos se llevó a cabo tal y como se vende un trozo de res o de cerdo en las plazas de mercado callejeras, sin una pisca de sentimentalismo, pena, ni lástima de la pequeña muerte. Tan anticapitalistas y levemente primitivos, pagaban la obtención de un cuerpo ajeno y encarnizado por su mismo saco de huesos y fluidos. Los pajaritos cantaban dócil e inocentemente, sin saber que detrás de la ventana cubierta por el rocío matutino imperaba un aroma a reproducción abortada. Tan vivo, tan joven, y claro está, tan loco, pues en la senectud la excusa iba a ser la típica “uno de joven sí hace locuras”, junto a una sonrisa burlona sentado en un sillón, o en el peor de los casos, mirando al vacío postrado en una camilla junto a una desconocida con vestido blanco y cruz roja haciendo insuficientes y negligentes actos por mantenerlo con vida. Pero a Lucía no le importaba, porque dentro del abanico de las posibilidades, el suicidio no estaba en la pieza rota que no producía brisa sensual.

 

 

Alfonso se vistió, Lucía hizo café y se acostó mientras su compañero decía que iría un rato a la oficina y luego volvería. Pasadas las diez, Lucía se levantó, se cepilló los dientes con la cautela y resignación de no poder pagar un blanqueamiento y se sentó en el inodoro. Pensó en qué hacer en la tarde, mientras orinaba y seguidamente arrojaba a la basura el condón que había descubierto se le había salido a Alfonso, dentro de ella. Mientras agradecía tener en su vagina un condón y no un feto indeseado y desgraciado, se mojaba el cabello tostado por la plancha al son de Ella Fitzgerald.

 

El silencio, un café cargado y una iluminación decadente y depresiva acompañaron lo que restaba de mañana mientras un perro vecino taladraba el silencio con su hocico indigno de ser una creación de dios. Reflexionó sobre su ex novio y luego se abofeteó por ocupar pensamientos jóvenes en escrúpulos, por cierto, tirados al andén para ser lanzados a un camión de basura por incultos y morbosos trabajadores. Maldijo una vez más al insoportable bombillo ahorrador de la sala y a la ventana que fue borrada vilmente por el arquitecto que construyó ese espacio estéticamente denigrante.

 

A la sigilosa Lucía le pudo la paciencia y decidió abandonar definitivamente la iluminación decadente hasta nuevo aviso. Con ojeras de trasnocho sexual y con la ropa del día anterior salió la doncella que no tiene hombres artistas en quitar bragas pero que son merlines escondiendo tangas. Con un condón menos salió la corporalmente intelectual musa de muchos filósofos y poetas contemporáneos y del día a día. Caminando con sonrisa satisfactoria se fue Lucía, dejando en el olvido la casa de Alfonso, tan molesta para ella, hasta un próximo y nuevo aviso en la demanda de clases sobre expulsión corporal de bragas en situaciones íntimas.

Por Julián Pérez Lizcano

Octubre 13, 2013

Fotografía por Julián Pérez Lizcano.

© 2013-2015 por MalaGana. ISSN 2389-9255 MalaGana se distribuye en Popayán, Manizales, Medellín, Girardota, Pereira y Bogotá

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