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La música que explota

 

Lo que sigue después de mi vida en casa de mis padres es otro cuento, pero puedo decir que ahí empezó la travesía. La música como elemento liberador, como revolución, como desahogo a la insoportable existencia de nosotros, carnales, pecadores, decadentes, ah. No cuento esos momentos, sino lo relevante, que fue que empecé a escuchar a tales dioses de The Beatles y Iron Maiden, y a otros que me siguen gustando hoy en día.

 

La música que nos gusta nos mueve, nos hace bailar, gritar, sonreír, enfocar la rabia y hasta sentir que alguien nos entiende nuestra identidad, tan profunda y trascendental. Se siente bonito eso, y más por lo sublime de la conexión espiritual con las ondas de sonido que decodifican un feeling que se retuerce en las extremidades y hace explotar el pecho. Entonces, ¿cómo se piensa la vida cuando te prohíben escuchar música y lo que explotan son edificios y cráneos humanos?

 

Marjane Satrapi nace en el contexto del régimen del Sha, le gusta el pelo suelto, cabecear como loca y decir las cosas tal cual, siempre y cuando haya respeto, pues su abuela le enseñó que tenía que ser integral y no olvidar de dónde venía. Persépolis, es prácticamente la vida de una nena izquierdista, totalmente en contra de la república islámica, que se debate entre su identidad nacional y la que va construyendo biográficamente. Produce desespero ver esa peladita, animada, atestada de energía y que se le reviente el globo porque el régimen le dificulta comprar cidís de música y labial.

 

A ratos me acordé de mis papás que decían que qué fastidio yo con el griterío y ahora estoy contento porque grito y grito y nadie me molesta. La revolución es revolución porque explota, porque es eufórica, porque es impulsiva y así es esa Marjane que no se deja. Cuando vi la película en el festival de cine Cinexcusa en el 2009, pensé algo que hoy por fin corroboro. Y es que las revoluciones son jóvenes y viven jóvenes, mueren jóvenes y siempre explotan, siempre andan en éxtasis, tal cual adolescencia candente.

 

Una adolescencia bien puesta, sólida y erigida bajo el suelo de la historia, puede ser la revolución individual que vive entrópicamente en las almas, en las memorias y cada paso de baile que damos al escuchar una canción. ¡Vivamos! Aprovechemos la música ahora que la tenemos, que no nos la han quitado y que podemos seguir revolcando nuestra cabeza, explotándola en pensamiento y no en la sangre que ha venido chorreando en todo nuestro territorio porque, sin duda, la tierra se ha duchado con sangre y ha pintado el retumbar de muchos pasos de baile.

Por Julián Pérez Lizcano

Octubre 13, 2013

Imágenes tomadas de la película.

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