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La falsa virtud humana

 

Verdades encontramos en todas partes, en todas las personas, en todas las situaciones. Por eso no hay que subestimar a cualquier aparecido que se nos cruce. Entonces cualquier comportamiento de uno, así como puede traer beneficios, es una autopuñalada si no somos astutos. La gente miente, se aprovecha, se burla, es amable, es una manada de catres malcriados e interesados.

 

Antón Chéjov vislumbra graciosamente esta situación con el caso de la generala María Petrovna en El arte de la simulación. Especializada en el campo de la homeopatía, brinda pastillas a los enfermos que cada día van moribundos en busca de ayuda. Además, cada vez que llegan sus pacientes completamente curados a deificarla como perros hambrientos, ella se sonroja y les colabora sonriente con los problemas que ya no tienen nada qué ver con ella. Dinero, tierras, educación, semillas, y una gran cantidad de cosas hacen la lista de ayudas gratuitas por la bondadosa generala María Petrovna. ¡La panacea hecha generala!

 

Pero esta señora se dio bien duro en la cabeza al darse cuenta que un paciente, a quien ya le había regalado una vaca, semillas de avena y demás cosas, no se había tomado las pastillas que supuestamente lo habían regresado a la vida. Claro, doña Petrovna se encontró con la realidad de la hipocresía humana, un veneno que cargamos todos. Hasta el más cordial está lleno de este letal dispositivo social que siempre usará a su beneficio.

 

Desde un saludo y una corta conversación para pedir un favor porque son una partida de perezosos; una entrañable amistad con el compañero de clase para que le ayude a aprobar una asignatura; la sonrisita para conseguir un descuento en una tienda porque somos tacaños con todo lo relacionado al capital; y la rogadera excesivamente fastidiosa para que lo acompañen a algún lado, hacen parte de la pululante hipocresía del homo sapiens sapiens. Mentimos, sonreímos, nos preocupamos aparentemente por el estado del otro y hasta lo alabamos, solo para beneficiarnos. Cosificamos a todo el mundo y permitimos, para colmo, que nos cosifiquen vilmente. Entre risas y chistes al respecto, siempre estaremos maldiciendo a aquel que se aprovechó de nosotros y consiguió un favor a cambio de nada. 

 

Somos egoístas, malcriados y vanidosos. Entonces nos alegramos cuando nos tratan bien. Por eso, para rectificar nuestras virtudes como seres humanos, hacemos caridad debido a que desde las tripas llenas de excremento nos nace hacerlo. Si María Petrovna aprendió y supongo que después se puso a llorar por esta cruel verdad, deberíamos aprender nosotros a identificar cuándo están siendo hipócritas. Que digan que soy mala gente, que soy un mal nacido, que mi mamá es una no sé qué, que soy egoísta, que soy una porquería, pero que soy persona y no maquinita de hacer favores. Aun así, que sigan viviendo estos inconscientes caritativos porque o sino yo no tendría de quién aprovecharme todos los días.

Por Julián Pérez Lizcano

Mayo 30, 2013

'El arte de la simulación', también llamado 'Los simuladores', del escritor y dramaturgo ruso Antón Chéjov, fue publicado en el año 1885. *Imagen tomada de internet.

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