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La entrevista

 

Siempre he querido que me entrevistara la Revista. Es un sueño de escritor que tuve creciendo en mí desde que apareció y la hojeo. Siempre me preguntan la misma historia y no me avergüenzo de ella. Mira: tengo se-tenta y seis años, he tenido quince problemas de erección los últimos dos meses y no dejo de pensar en la pequeña historia ridícula que sucedió afortunadamente. Dormía plácidamente sobre mi reguero de habitación. Aquel desorden tan delicioso y de paz que encuentras en la ropa tirada al azar sobre tu cama. Es como una mente desordenada, simplemente te da tranquilidad sin tú saber cuál es el motivo o leitmotiv. Y, de repente, los golpes de una estruendosa música martillaban mi serenidad contra la in-diferencia de las cuadras. Eran un par de chiquillas llenas de glamour, colorines extravagantes y doscientos granos de polvo sobre sus caras. Ape-nas tenían catorce años y perdían la ilusión tras banalidades vacuas. No me mire con esa cara, le hice un favor a la humanidad.

 

Aquel día fue magnífico, justo para recordar en días como estos. Me vestí de policía para interrumpir a las vecinitas cacofónicas con autoridad y me recogí el cabello para no perder soltura. Toc, toc, toc. No abrían la puerta así que esperé al cambio de canción aun cuando era difícil diferenciarlo. Toc, toc. Nadie abre. Observo la casa y me resulta familiar. Por favor, niñas, no hagan tanto ruido, pienso incesantemente, he llegado del laburo y su música es hedionda, se mastica asquerosamente. Toc y abre aquella muérgana hija de los dueños de la casa construida hace apenas cuatro meses, casa nueva que llega con malestar. Profundo molestar. La calle era una larga línea con figura torneada. Imaginé un peplo. Decidí esconderme tras las frases típicas y carentes de cordialidad entre vecinos odiosos. El polvo de las mañanas remolinaba sus cabellos manchando doncelleantemente de rojo sus pensamientos impúdicos y pecosamente precoces, dentando, denotando, connotando, ignotando aquellas sensaciones de cadena en mis piernas como grilletes eslabo-nando deseos tras pecados o virtudes, siendo lo mismo. En la imagen de los espejos de la entrada, junto al biffé, en humos e ilusión, aparecían diosas de antropomorfa selección. Mostraban los pies como una vulgar actuación de burlesque, prestidigitadoras de la moral, tratativas para el placer, invitando a los codiciantes ápices que se soslayan con la mirada rimbombante. Corre, rápido, a prisa. No entiendo a veces las expresiones y sin embargo cometo la necesidad de usarlas: eso de la comunicación es nocivo para la salud; en el silencio interpreto mejor mi verdad. Por lo tanto, me quedo pensando en el significado de biffé.

 

La esperanza es una musa que desaparece y reaparece en distintas formas, de muchas maneras y en los labios de cualquier ente. La musa, vestida de esperanza, arriba con justas predicciones y envuelve la victoria sobre lamentos que aún hacen eco desde el pasado. La esperanza, musa eter-namente agradecida, es la que labra la tierra para cultivar la gloria que un día nos abrazará a todos, aunque a veces llegue acompañada con la muerte eternizando una ideología, un alma para la sociedad. Qué significa biffé. Señor, está bien. Me preguntó una de las jovencitas mientras sus nalgas trollaban mi pensadoriento. Es fácil darle nuevas conjugaciones a las pa-labras y hacerlas circular por entre las cabezas vacías de todos y todas. Todas y todos. Malditos. Perdón, señorita, estoy un poco aturdido y no recuerdo bien la historia, le dije a la niña precoz. Ahora desvarío con varios pensamientos en mi sinuoso estar, en mi pecado-ser. Sabes, siempre he pensado en lo fácil que sería asesinar a dos pequeñas, le dije, con fuerza de macho podría acercarme a ustedes y darles mi bendición, pues estoy he-cho a su imagen y semejanza y si él puede asesinar, yo podré torturar. Pero no será ésta la vez en que me pronuncie con hedentina de cuerpo sin vida sobre ustedes, pequeñas parias artísticas. Ahora seré yo quien las secuestre en mi mente, ninfas del apocalipsis, y las mantendré en mi mente con ilusión de ser grande y viejo, cenizo y recordado sobre la cal de las paredes. Prócer de lamentos sempiternos, lúgubres, blancos.

 

Barroco tardío de estructura compleja es la definición de mi mente, en re menor. Así como de baladas y sonatas me compongo, relincho como ope-reta de neoclasicismo sobre las rocas que me tallan el andar. Te iba a contar la historia y traté de inventarla lo mejor que pude, terminando con el amor por las musas latente en mí y escapando de la tentación, el olor a muerte, la culpabilidad y el apego a la desaparición que yace sobre mis deseos pero la verdad es que aquella mañana no pude fornicarme a dos jovencitas deshumanizadas por andar pendiente de cuál significado se le pude dar a biffé.

Por Jack Scheek

Edición n.º 17, 14 de agosto de 2015

Ilustración de Víctor Hugo.

Collage y dibujo

28 X 21,5 cm

 

Víctor Hugo, nacido en Popayán, estudiante de no-veno semestre del programa de artes plásticas de la Universidad del Cauca, ha participado en distintas muestras artísticas individuales y colectivas.

Jack Scheek. Patojo de nacimiento. Melómano por pasión. Lector por necesidad. Diletante por antonomasia. Estudió Ingeniería Agroindustrial en la Universidad del Cauca. Actualmente podemos apreciar su primera pu-blicación La ciudad que nunca descansa (2014), novela ganadora del Premio Nacional de Arte Universitario 2013.

 

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