top of page

La concha color piel

Para Gabriela,11 de febrero de 2014

 

Así como a Ariadna, ninguna inquietud humana o monstruosa le era ajena; por eso padecía tanto; por eso se alegraba tanto, por eso conocía su corazón.

 

Siempre me pareció que sus silencios eran más elocuentes de lo que podría llegar a decir cualquier voz desafinada, desganada, desmantelada y desmallada a fuerza de costumbres imperiosas. Su propia voz era como la música, como la dilatación y la contracción de su bomba corazón, que en sus días más activos, cuando se sentaba a contemplar, se agolpaba en su garganta impidiéndole hablar… me pregunto, ¿qué hubiera podido decirnos si la sangre de su lengua no se hubiera coagulado ante el sol asombro?

 

Cuando miro su rostro no dejo de pensar que en ella conviven los misterios del universo, que ella misma es la encarnación del cosmos hecho lienzo, y que la multiplicidad de sus pecas es cómplice del albor de cualquier constelación. Al compendio de atributos de la taumaturga se suma un nombre derivado de la estirpe mensajera: Gabriela, que a diferencia de cualquier ángel hebreo ebrio por traer buenas nuevas, que son sólo buenas nuevas para viejos pueblos, decide
callar la voz… ¿será solo por el impedimento del sol asombro o también
por mera convicción?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un día llovió y le pregunté:
"¿por qué sos tan clara, tan bella, tan torrente, tan entera?".

 

Y ella extendió su brazo hacia mí mostrándome su mano, en derredor de la mano había humedad, y en ella, bajo un esmalte salobre, una cocha de mar, una concha color piel, una cocha que se allegó a otra… la de mi oreja izquierda, y acercando
su boca a mi cuenca derecha dijo: "cuenca sobre cuenca, boca sobre oído, eco sobre eco". ¡Sucedió algo no previsto! … Se aislaron los sonidos, se calló el muladar de afuera y se ordenó el de dentro; y a fuerza de sutilezas, a fuerza de tientos tiernos enfoqué una voz única que parecía provenir de dos cavidades,
de dos laberintos, de dos cavernas poco símiles pero emparentadas entre sí:
una era la cocha color piel, y la otra mi cráneo color hueso. Surgieron allí tibios cielos voluptuosos y fríos infiernos justicieros; surgieron de allí formas fugaces
de nombrar y maneras concretas de contemplar. Hice acopio de todas mis fuerzas para hablar, pues ante el asombro declinan las palabras, lo concreto las aplasta
y lo certero las sofoca, pero no pude.

 

Miré a Gabriela y su sonrisa coincidía con el movimiento de los músculos de la mía… y comprendí… comprendí que estábamos cerca; su secreto ahora era mi secreto, adecuado a las disposiciones de mi laberinto color seso; su sonrisa era cómplice de la mía. Entendí mejor por qué el espacio entre sus dientes le confería un resplandor tan auténtico como escaso, tan glamoroso y a la vez tan poco trivial que se te antoja brecha sin obstáculo, ventana sin cristal o puente sin sarro; entendí mejor la comunión distante, porque ella sonríe allá, siempre en otro lugar y yo la miro acá, siempre en el mismo; entendí mejor la comunión estrecha, porque cuando ella se va su aroma queda.

 

¡Aparté la concha de mí!... no sin cierta satisfacción cruda, y la devolví a Gabriela que la guardó no sin cierto pesimismo cocido… no era necesario intercambiar palabras… No solo por el impedimento del asombro sino también por mera convicción.

 

 

Luis Ramos. Caleño. Estudiante de antropología, Universidad del Cauca. Amante de la música, del silencio, del aroma de la tierra húmeda y de lo embriaga y aterra.

 

Lea más textos de Luis Ramos aquí.

Por Luis Ramos

Edición n.º 25, 25 de mayo de 2016

Ilustración de Leandro Triana Trujillo

 

Diseñador Gráfico que involucra en su proceso creativo la tipografía, la ilustración, la experimentación con diversos materiales y sistemas de impresión. Actualmente hace parte de CUCÚ taller de diseño.

 

E-mail: leandrotriana@gmail.com

Ver en BehanceInstagramFacebook

 

bottom of page