... Y en la habitual oscuridad, entre la niebla de la tradición lo vi, solitario y pensativo. Junto a él un gato enorme, tuerto y negro como la profundidad del universo, paseaba bajo sus ojos profundos y sin culpa. Pasé junto a él y me pareció oír un murmullo, un susurro en el viento: “¡oh, sí! Debiste verme, debiste ver cómo caminaba entre las sombras, como danzando, era uno con la oscuridad…”, dijo aquel hombre sentado a un lado del camino.

 

Luego, sus palabras se perdieron con el aleteo de un majestuoso cuervo, de aquellos de los santos días idos, y con gestos de gran señor (o gran dama) se posó sobre una solitaria rama. Traté de volver al hombre, y al hacerlo oí aquellas palabras que rompieron la noche como un cristal: “¡Nunca más!”, dijo el cuervo y me sentí ahogado, prisionero, como enterrado vivo frente a ese cuadro irreal.

 

Ver aquel cuervo hablando entre la niebla me evocó viejos recuerdos de ángeles ya idos, mientras los imaginaba perecer al bamboleo de la muerte en la oscuridad o la venganza consumada entre paredes.

 

Y aquel cuervo fue creciendo, mientras sus ojos, que parecían los de un demonio soñando, me liberaban del asombro y mis pies reaccionaban a mis impulsos... Sí, fue así como huí de aquel cuadro sombrío, pero aún queda en mi memoria aquel extraño hombre sentado en la oscuridad y su gato, y me torno intranquilo al tratar de imaginar la historia que quería narrar. ¿Tal vez encontró algún mítico tesoro perdido en el tiempo? ¿O acaso había descifrado los misteriosos crímenes que se habían cometido tiempo atrás? ¡Oh, qué misterio encerraba aquel hombre!

 

Tan grande parece ahora que mi mente vuelve a aquel lugar, tan grande y estremecedor, como la más oscura sombra, y sé, que mi alma, del fondo de esa sombra no podrá librarse nunca más.

 

Homenaje a E. A. Poe (19/01)

Por Carlos Guzmán

Edición n.º 19, 15 de octubre de 2015