Texto por Lucas Vargas Sierra

 

“To see a World in a grain of Sand

and a Heaven in a wild flower”

—William Blake

 

¿Dónde reside la esencia del fragmento? La naturaleza del collage, ¿persigue lo completo en lo figurativo, o adelanta en la metáfora del territorio sin límites, el contenido que moldea su propio contenedor? En los trabajos de María Camila Duque parece ocurrir lo segundo, sus obras prefieren la paradoja de representar un todo fragmentado que permanece fiel a su vocación de abstracción, a su destino de extrañeza, de desnaturalización. En este sentido, cada collage se hermana con el lenguaje de la poesía, lo insinuado, lo liberado de los cánones de la clandestinidad. En este sentido, cada collage se reconfigura, esquivando su referente directo y plantándose —lleno de vida— en el fértil jardín de las interpretaciones.

 

No hay nada literal en estas mujeres que son pájaros que son muchas, ni en los mapas configurados por tautologías corporales. No hay mímesis en las gemelas que se funden o en los hermanos que se complementan. Su referencia hay que buscarla en un espacio vecino al de la oniria, no en los atlas de Vespucio. Las palabras se desligan de su uso para regodearse en el mito: sombras en la caverna platónica, imaginaciones de la chiquilla que con asombro escucha la Historia alrededor de la fogata.

 

Y es ese mismo asombro —conocedor de otras formas superiores a la forma, sabedor de que todo el arte universal es un solo fresco eterno al que cada generación ha aportado— el que luego se resuelve en la elección, en el juego de pedazos que encajan para dar vida a nuevos y reales espejismos. Los collages de María Camila Duque podrían ser eso, fotografías de la fantasmagoría, postales de los museos que desaparecen, para no volver jamás, en el País de las Últimas Cosas.

 

Serie de collage de la arquitecta e ilustradora María Camila Duque.

El mundo en el grano de arena