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¡El cine invita!

 

Nacer y descifrar la belleza del mundo en una bombilla de sesenta watts acosada por el baile de una mariposa, es evidente augurio de una genialidad que se aproxima. Por suerte para nosotros, la genialidad, por más caprichosa que parezca, no es reacia en su totalidad a manifestarse. En éste caso, nos encontramos ante un triangulo perfecto, manifestación de la ya muy mencionada genialidad. Günter Grass, Oscar Matzerath y Volker Schlöndorff, conforman la santísima trinidad en el credo de la hojalata parlante.

 

La obra de Günter Grass, antes de ser un Nóbel de Literatura, antes de ser un libro llevado al cine, es una obra que prescinde de premios y adaptaciones para ser una historia conmovedora y dotada de un supremo ingenio.

 

No está mal descubrir la obra de Schlöndorff, director de la adaptación al cine de El tambor de hojalata, antes de conocer la de Grass, en la mayoría de los casos esto sucede. En mi caso, llegó a mí primero el libro, y después me di cuenta de que existía una película (mis conocimientos sobre el séptimo arte son vergonzosos), y al ver esta adaptación al cine, no puedo negar que me invadió la emoción al poder comprender cosas que nosotros, como lectores americanos, tan culturalmente lejanos de las regiones Europeas donde se desarrolla la historia, nos es difícil imaginar.

 

Persiste la idea de que no se debe ver una película, sin antes haber leído el libro sobre el que ésta se basa (en los casos de adaptaciones de obras literarias al cine). Pero esta idea resulta ser un perjuicio maligno en la mayoría de los casos.

 

Resulta difícil imaginar para nosotros los campos de patatas de las tierras de los Cachubas, pues estos no son iguales a los cultivos de papa de Cundinamarca y Boyacá. Entender tradiciones y costumbres de los pueblos polacos-alemanes de mitad de siglo XX, debemos reconocer, no es tarea fácil. Con lo anterior quiero decir que la película es un complemento a la imaginación del lector que ya leyó el libro, y del que lo piensa leer después de haber visto la película.

 

Basta con reconocer a la hermosa Agnes Koljaiczek, la pobre madre de Oscar, devorando ultramarinos hasta la muerte y encarnada en la obra de  Schlöndorff  por la actriz Angela Winkler. La abuela Ana y sus cuatro faldas, refugio vital que Oscarsito equiparaba a sentarse bajo la torre Eiffel. María, el polvo efervescente en su ombligo y la saliva de Oscar que lo activaba; acto que definió el placer inmenso que causó el primer amor a Oscar.

 

La tribuna del partido Nazi, bajo la que dio su primer gran concierto Oscarísimo, tamborilero de tamborileros. La defensa del correo polaco y el comienzo de la segunda guerra mundial que se llevó, entre otros, al querido y presunto padre de Oscar, Jan Bronski… Entre demás hechos y escenas que caracterizan a El tambor de hojalata.

 

Aunque la película solo abarca las dos primeras partes de tres que tiene el libro, no deja de causar una profunda curiosidad en quienes la ven. Personalmente creo que la tercera parte del libro es la más interesante, y me hubiera gustado verla en la pantalla. Pero precisamente, por lo anterior, creo que las adaptaciones literarias al cine, no son más que invitaciones a leer las obras de literatura que se esconden tras los reflectores. Al final, son varias las raíces que sostienen al árbol del arte.

 

¡Ésta noche el cine invita, amigos míos! Invita a descubrir mundos ocultos, a pensar en niños que no crecen y en hojalatas destrozadas, a comprender un poco más la genialidad y la locura, a intrigarnos más y más. Después de todo ¿Quién necesita crecer? ¿Quien necesita estar vivo?

Por Juan Pablo Godoy

Septiembre 15, 2013

Imágenes tomadas de la película de Schlöndorff.

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