El arte de comer
Muchas veces los días son terribles. He tenido días en los que llego a casa y no quiero hacer nada, no quiero pensar, no quiero moverme, no quiero seguir despierto. Hay días en los que uno quisiera quedarse dormido como toda una bella durmiente y que el príncipe azul sea un exquisito plato de comida, sea cual sea. Esos días hacen que la comida sepa a dios y que uno ascienda al reino del placer gastronómico y espiritual.
El inigualable placer de llegar a casa desastrosamente cansado, debido a una extenuante jornada laboral o académica, y comer algo rico, es algo que todos experimentamos a diario o hemos vivido en diversas ocasiones. Tirar todo al carajo, no pensar en nada y sentir un alivio celestial con el primer bocado, es algo que nos da orgasmos, pero es tan efímero que lo olvidamos rápidamente. No nos acordamos de cuántas veces lo hemos vivido, pero estamos seguros de que nos deleitamos con lo mismo cada vez que se repite esta maravillosa circunstancia.
Precisamente, dice un agraciado personaje en el cuento Sirena, de Antón Chéjov, que las labores intelectuales quitan el apetito. Por este motivo, cuando se va a comer, es mejor no pensar sino en lo que uno va a masticar y digerir, debido a que esta labor es un menester bastante complejo como para no meterle cabeza al momento de acometerlo. El arte de engullir, de saborear, de tragar y suspirar es algo que requiere concentración si se quiere hacer bien. Así es como, entre un elaborado discurso sobre el arte de comer, los personajes de este simpático cuento se van retirando a sus casas, hambrientos y desesperados, dejando al artista del comer completamente solo.
Termina uno en esas, comiendo solo, degustando el arroz recalentado y el jugo que quedó como aguado pero que aun así sabe a gloria. Uno está cansado, bien llevado por el trabajo, y prácticamente arrastrándose por las calles y escritorios es que uno llega a la casa, al lecho de la soledad. El cansancio hace que todo sepa rico. Así, es como se logra que todos agradezcamos tener la comida que tenemos y estemos extraordinariamente felices, sin importar que debamos responder por un arrume de trabajos al siguiente día. Dormir se convierte en el regalo más bello de la humanidad y en el placer más indescriptible de todos, principalmente porque no estamos conscientes en ese estado.
No pensemos en filosofía, política ni economía cuando vamos a comer. No nos quitemos el apetito sino que incrementémoslo pensando en esa misma comida que engullimos. Concentrémonos, pues ese es un elemento clave para el éxito. El gordinflón personaje del cuento de Chéjov recomienda pensar en la comida, darse el gusto de regar saliva por ella y de disfrutarla hasta que esta se una con el engullidor en uno solo, por los siglos de los siglos. Por el hecho de que comer es maravilloso, saborear es único y las labores intelectuales nos adelgazan, es que solo debemos pensar en comer cuando, efectivamente, la tripa nos grita desde adentro y la cabeza ya no da para más. Felices bocados para los exhaustos, solitarios y artistas del comer.
Por Julián Pérez Lizcano
Junio 21, 2013