Bajo cero
Refugio para quienes tengan frío esta noche allá afuera en la calle. Refugio y calor para el frío y la lluvia, no pide más mi espíritu. Con la soledad se puede lidiar, la soledad es un frío al que uno se acostumbra, pero el frío de la calle y la lluvia son insufribles. Refugio y calor para los solitarios que están allá afuera, aquí adentro. Refugio y calor para quienes sufren el frío aún bajo el sol más intenso, nada más pide mi espíritu; para los solitarios, refugio y calor. Quiero, entonces, que se teja un abrigo para ellos, un abrigo de lana, de algodón o de sueños.
Jazmín escribía cada vez más lento. El frío paralizaba sus manos y tenía las puntas de los dedos de un notable color morado. Sus trazos fallaban dolorosamente. A pesar de que algunas gotas de lluvia caían sobre el papel, Jazmín esquivaba los círculos crecientes de agua con sus líneas, generando vivos relieves en cada hoja, dibujando algo parecido a una huella dactilar con las palabras. Era su manifiesto, su canción al agua del cielo y al frío nocturno: palabras contundentes, mojadas, congeladas. Quiero un abrigo para el frío y la soledad.
Las manos de Jazmín pararon de temblar, quedaron tiesas como su cuerpo. La lluvia bajaba con su mirada cada vez más despacio, como si el tiempo también sufriera el frío, el progresivo congelamiento. Jazmín es ahora una figura acurrucada en el suelo, estática: la gota más grande y fría de la lluvia de esa noche. Empezó a desintegrarse en gotas más pequeñas y a formar un charco espeso y transparente en el asfalto. Al cabo de unos minutos, donde estaba Jazmín, solo había un charco de agua que se debatía tranquilamente entre el estado sólido y el líquido. En el centro del charco, bajo el agua, había una libreta abierta con apuntes desordenados y un bolígrafo.
¿No penetra a veces la soledad, como el frío, hasta la sensibilidad más profunda? Quiero un abrigo para el frío y la soledad, escribió Jazmín y se volvió agua fría, agua que nadie pudo abrigar, agua que abriga como abriga un saco mojado. Eso es, la soledad es como llevar un abrigo mojado bajo la lluvia, pesa sobre los hombros y atraviesa el frío entre la espalda y el pecho.
A los que mueren, solitarios de frío, bajo la lluvia de la calle, un abrigo, refugio y calor. Dos líneas sinuosas de palabras en la libreta que esquivan círculos de agua, grandes y fríos ceros. Palabras queriendo escapar de la soledad. Palabras que al final se tornaron agua de Jazmín. Bajo el sol más intenso, Jazmín se hizo aire y viajó por el cielo, entre las montañas. Ascendió a verdes valles con sus palabras, buscando de nuevo el frío que lo hizo agua. Llegó como una nube al páramo, surcando los frailejones, ánimas guardianas de las grandes y frías lagunas. Jazmín se condensa y vuelve a ser agua, y el agua vuelve al hombre y sus palabras. Está desnudo, su piel tiene tatuadas las líneas sinuosas que antes había escrito en la libreta.
No siente frío. Lleva un abrigo de palabras que claman por calor, su piel es el papel, el abrigo más liviano y eficiente. Vienen las nubes y la lluvia, viene el frío. Cae todo sobre Jazmín, pero ahora es ese mismo frío de soledad un choque revitalizante que penetra en las más profundas sensibilidades y las despierta de golpe. Jazmín quiere escribir de nuevo, pero las palabras ya no sirven para nada. Ahora es agua, aire y hielo, el frío y la soledad ya no son lo mismo, ya no son un estado de desesperación constante, ahora lo son todo.
Hay fríos, solitarios fríos, fríos que calan en el alma como la más profunda soledad. Hay fríos que lloran bajo frías lluvias de gotas solas. Hay fríos que nos derriten. Hay fríos que seguramente hacen frío el invierno, fríos de un estado, fríos de una estación. Pero hay otros fríos, fríos muy fríos, fríos bajo cero que despiertan y nos sacan de la memoria los más bellos recuerdos. Fríos que hacen olvidar el invierno y que recuerdan que todo cambia, que nada es igual nunca, que somos gotas que no caen solas sobre el papel, que somos agua que se confunde con la tinta, que podemos ser palabras que no se pueden escribir, pero que lo pueden decir todo.
Juan Pablo Godoy C. Nacido en Neiva, Huila, en 1993. Actualmente cursa los pregrados de Antropología y Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Lee para que no pase el tiempo y escribe por íntima necesidad.
Por Juan Pablo Godoy C.
Edición n.º 22, 25 de enero de 2016
Ilustración de Francés Astaiza.
Rapidógrafo y tintas
16x21 cm y 10x12cm
Estudiante de Diseño Gráfico y amante de la ilustración, las letras y la editorial. Mi trabajo ilustrativo habla de la locura de la condición humana y los monstruos que nos habitan.
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