Cuando se ahonda en el interior de la memoria y surgen las imágenes, con ellas aparece también el deseo implacable de plasmarlas. Y es en ese preciso momento donde concibo la idea de mi obra.

 

Me remito una y otra vez a las imágenes que proyectan las sensaciones que la mente ha albergado en mí y para mí. A partir de allí, me centro en buscar el recurso que me sirva para materializar esas sensaciones, esas memorias, y, como si fuera el protagonista de un carrusel de sueños, se impone la imagen de mi cuerpo: gritando por mí, hablando por mí.

 

Entonces me pongo a la tarea de buscar ese 'espacio físico' que represente no solo al tiempo que condensa mis memorias, sino también a la sensación misma de todo aquello que hasta ese momento ha sido etéreo, oculto, muy íntimo y muy personal. Así que en tablas de madera mi cuerpo se permite 'estar' como la esencia de un mundo que no es otra cosa que mi mundo interno. Un mundo que la pintura conectada a una paleta de colores concisos, va enriqueciendo tanto como deseo que se enriquezca la historia de una vida.

 

Una vida tan desconocida para otros, que solo hasta ahora puede estar comenzando a proyectarse a través de aquellos gestos que congelaron instantes en la memoria y en el tiempo. Así, se fueron develando sensaciones de placer que bien pueden emanar una angustia existencial o bien pueden transpirar la incesante búsqueda de un refugio en mí misma, atrapada muy dentro de la esencia interna de mi cuerpo.

 

Pinturas de momentos, de reflexiones sobre la intimidad son lo que compone esta serie de Natalia Jiménez.