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De ángeles, pantanos y angelitos empantanados

 

Para darme más duro en la cabeza estuve hace poco en Santiago de Cali, Colombia. Terminé sentado en un balcón mirando cómo daban vuelta las golondrinas, con un cigarrillo en la mano y dejándome tocar por esa brisa del valle que lo levanta a uno y lo hace sentir como sin pies. Ahí me volví a acordar del dolor. Hacía menos de un mes que había ignorado ese pinchazo en el pecho, ese que me impulsaba como un cohete a hacer de mis pensamientos una borrasca caprichosa y sorda. Mala cosa.

 

Me he dado puñetazos con el amor y no he salido bien librado, entonces me ha tocado esconderme para que no me toque. La vaina es que ese malandrín se mete por donde sea, llega, lo manosea a uno y le lame la oreja como nunca jamás alguien lo hará. ¿Vio? El juego de la seducción le da sus latigazos hasta en el papel. Claro, en el papel, que es donde me entró de nuevo el amor. Y efectivamente, empantanado y en una piscina de lodo maloliente me dejó Angelitos Empantanados del ya conocido caleño Andrés Caicedo.

 

Y haciendo honor a la 'sucursal del cielo', como le dicen a Cali, las historias de Angelita y sus enamorados me dejaron en el cielo. Aun así, no estuve exento de que me soltaran desde arriba y me dieran una buena paliza con las calles de cemento que visité casi un mes después. Me acordé de ti, pretendiente desdichado, que me hiciste sentir que había encontrado a la Angelita que me colgaba el teléfono y que se conseguía a otro mejor que yo. Me encontré con el Miguel Ángel que se enamoró de su Berenice apasionada, además de sentirme esa misma Berenice, pero que se quedaba en el balcón y en vez de perro tenía gatos. Que me pasen otro libro para pasar esta resaca.

 

Siguiendo con cada hecho, cada camino que no sé si crucé como los personajes de este pantano juvenil, porque no conozco Cali muy bien que 

Por Julián Pérez Lizcano

Mayo 21, 2013

digamos, me falta enunciar lo que más se me pegó. Esa soledad y ensimismamiento provocado por el desamor. No sé qué desamor, pero un desamor de yo ser esos personajes. Caicedo logra hacer que el lector sienta al personaje y lo escuche actuar junto a uno, debido a esa proximidad del contexto colombiano. Cada palabra lo envuelve en otro espacio y le da vueltas hasta que uno se enamora y luego cae tirado en el suelo como Angelita Rodante cuando le dan sus cuchillazos. De igual forma, uno sale corriendo como Miguel Ángel sin saber qué hacer, acaba con todo alrededor y se queda solo como ese pretendiente que se quedó en el campo sin saber nada de lo que pasaba fuera. El ermitaño que todos llevamos dentro.

 

La travesía de la juventud de hace varias décadas, ese desenfreno apasionado que se revive en cada página de Angelitos Empantanados, provoca hasta pequeñas convulsiones que solo se pueden disfrutar y querer volver a experimentar. Las briosas y turbulentas letras de Andrés Caicedo en esta recopilación de tres cuentos con los mismos personajes, es la fiel representación de nuestra juventud. Cálidas, arrebatadas, desdichadas, empantanadas, repetitivas y moribundas juventudes, mientras las golondrinas pasean felices por ese cielo que camufla una ventisca que se lo lleva todo.

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