Adán y Eva no se adaptan al frío
“Todo aquí es música, no se altere. Mejor, déjese llevar por las térmicas sensaciones de los sonidos, inquietando su cerebro”, fue lo que le expresó a Carla, mientras posaba su mano sobre el tibio hombro de su acompañante. Luis, ávido de imágenes y silencios, había decidido emprender viaje de entretenimiento a la playa, con una mujer que conocía hace poco.
Carla se descubre con Luis en un paradero de bus. Carla se dirige a él con ronco acento y temeroso español. –¿Conoce usted, un lugar donde reparen mi reloj? Se descompuso y desde que llegué a este lugar, no tengo noción del tiempo. –No conozco, reparó Luis con indiferencia, pero voy a tomar una ruta al centro, puede que allá le ayuden con su problema. Sin palabras en sus labios, subieron al vehículo, se sentaron juntos. Luis le echó un vistazo al reloj de Carla, lo halló muy fino y de buen gusto. –Regalo de mi abuelo. –Mire, ¿ve ese anuncio verde con amarillo, en el otro lado de la calle? Es posible que ahí lo pongan mejor. Con un signo de pulgar, señaló agradecimiento; ‘la franchute’, bajó del bus.
A dos cuadras, Luis se dio cuenta que la mujer que se sentó a su lado había dejado impregnado su olor en el costado correspondiente, sintió espasmódico crepitar de neuronas, de hormonas, perdió el juicio, recobró el olfato.
Siguió hallando a la francesita en el mismo parador. Suponía él, por efectos de la rutina, hacían el recorrido en la ruta y la muchacha se bajaba en la misma relojería, a diario, durante tres lunas. De manera desesperada, Luis tomaba el asiento más cercano a ella, pero Carla, se imbuía en la multitud con intenciones de despreciar la compañía. ¡Qué irracional forma de vivir, persiguiendo un recuerdo, satisfaciendo la pituitaria amarilla! En una ocasión, le preguntó su nombre, la abordó con muchas preguntas, le acompañó a sus diligencias y en un arranque de emoción la invitó a sus vacaciones. Carla, empacó sus libros, vestimenta para el sol y el reloj del abuelo.
Subieron a una avioneta, sobrevolaron cordilleras, serranías y valles. De pronto, comienzan a escuchar muy de cerca olas golpeando los acantilados, el mar de varios colores olía a musgo, a humedad salada, olía a selva.
Ya en tierra, Luis y Carla, escucharon resonancias de lo sublime. Destaparon una botella, se acercaron al mar, caminaron por una ensenada; al atardecer, descalzos y sin advertir que un par de sujetos en motocicleta los perseguían, Luis se aproxima a su cuello y reconoce el aroma que lo ha enloquecido estos últimos meses. Suspira.
Los sujetos están a punto de dar el golpe, aprovechan su distracción para intimidarlos con sus armas. A Luis le propinan un tiro de gloria. A Carla la amordazan, la torturan, la violan, hasta que las ataduras no resisten el peso del cuerpo supino que cae sobre la arena. Silencio.
Se enmudece el reloj que, detenido, marca el paso a destiempo.
Por Lina Concha & Toro
Edición n.º 22, 25 de enero de 2016
Lina María Concha & Toro. Payanesa. Antropóloga de la Universidad del Cauca. Investiga-dora social y cocinera por herencia. Lectora aplicada y aprendiz de muchas artes.
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Ilustración de Francés Astaiza.
Rapidógrafo y tintas
10x16cm
Estudiante de Diseño Gráfico y amante de la ilustración, las letras y la editorial. Mi trabajo ilustrativo habla de la locura de la condición humana y los monstruos que nos habitan.
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